lunes, 7 de junio de 2010

Por ahí fuera (3)

¿Sabes, Marta, desde cuando tengo todos estos recuerdos? No, no puedes saberlo porque tú y yo nunca hemos hablado de eso. Porque cada cosa que hacíamos era como un pacto de silencio. Porque todo se daba entre nosotros por supuesto. Puedo garantizarte que desde siempre se han venido conmigo, a todas partes, Marta, a todas.

Desde la noche de San Jorge, 23 de abril, año 84, en Cáceres, sentados a la puerta del Albinoni ha pasado mucho tiempo. Desde aquella noche tripeada en que me invitaste a entrar en tu vida y yo penetré sin recelo, han ocurrido tantas cosas que me da miedo plasmarlas con palabras. Vi tus ojos cuando vinieron ellos,  la basca que había estado buscando toda la tarde. Partí mi ácido sobre la cartera en tus piernas y te di un pedazo. Tu pedazo, Marta, que se disolvió tan lentamente entre los benditos plieges de tu boca. Y luego nos marchamos.

En la parte vieja, en la plaza aquella oscurecida por las drogas, por el tiempo que hacía que estaba esperando algo como eso, te ví relámpago. Una aparición sobre los edificios majestuosos, planeando sobre tordos sentimientos como un pájaro primitivo y voluptuoso. Y los dos caímos sobre la hierba extenuados, mudados de rumbo, acariciados por la brisa eterna que esa noche nos hizo de sábanas. El lío de las explicaciones, de la vida misma, careció de importancia entonces, cuando te me ofreciste y firmamos nuestro acuerdo sobre nuestros pobres cuerpos desnudos, pintados por vez primera con ceras.

Marta, me entregué a ti con miedo a tu rechazo. Hablando poco porque nada había que decir. Sintiéndote temblando bajo el peso de mi cuerpo. Tus pequeñas caderas gimieron. Mis caderas sobre tus huesos gimieron. Cuando te marchaste, Marta, estuve solo. Siempre solo, hasta el dia en que los dos ya nunca más ibamos a separarnos. ¿Te acuerdas? Sólo que entonces ya no nos importaba. Entonces era un ir y venir, un trasiego, una marcha lenta del devenir de los tiempos que terminaría por pesarnos. Por someternos a esa clase de normas que hacen que todo se desgaste. ¿Y cuántas veces más duró todo aquello? ¿Y qué pasa hoy con tu vida? Porque sé, Marta, que como yo lo recuerdo, tu has de recordarme a mí también. Sólo que todo está ya demasiado lejos.

De madrugada te perdiste, Marta, sin ver el sol. Como una vieja alma en pena de tan sólo veinte años.