lunes, 21 de febrero de 2011

Cualquier Día de Estos

   
    Ya lo sé. En teoría no hay nada como estar en casa en días como éste. Cualquiera sabe eso. Cualquiera con dos dedos de frente estaría de acuerdo conmigo. Pero ella no era cualquiera. Para ella era mas importante salir a la calle aunque diluviara que estarse la tarde entera y parte de la noche viendo tele y sin estar en medio de todas las fiestas. En medio de todas las reuniones de todos los bares que quedaran abiertos a partir de las tres y media de la mañana un martes cualquiera. Ya me entiendes: una puta manera como otra cualquiera de andar tocando las pelotas a la gente.

    ¿Que cosa realmente mala podría haber hecho yo para merecer el castigo de una persona como ésta?, recuerdo que pensé antes de salir, antes siquiera de coger mi chupa al vuelo y franquearle a ella el paso. ¿Se trataba de alguna mala acción de una de mis vidas anteriores? Suponía que no. Suponía simplemente que habría que hacerse a la idea de estar en una de esas barras trasnochadas llenas de trasnochadores, sin nada mejor que hacer que vaciar vaso tras vaso de algo parecido a la ginebra y asintiendo de cuando en cuando a lo que Mi Linda Flor sugería que podríamos hacer a la semana que viene, para buscarnos la vida. Casi siempre algo referente a la farlopa, o al jamaro, o a unos gramos de mierda mal pesada y cortada mil veces con anterioridad a su llegada a nuestras manos. Como desde un precipicio, ella contemplaba el vacío de su precognición y auguraba un destino feliz para nuestro barco, una llegada a puerto gloriosa y acompañada de un buen fajo de billetes. La realidad era muy otra.

    Siempre que me embarcaba con ella en alguno de sus proyectos milagro, sabia muy bien que estaba condenándome al fracaso. A la retirada ignominiosa del lugar de la batalla con un reguero de destrozos y desperdicios que limpiar a la mañana siguiente. Y porque era yo el encargado de recoger los trastos, me sabia al dedillo la cantinela de sus escusas luego. Mi amor, me diría, sabes que yo no consumo, mi vida, que los negocios son los negocios y que, además, son lo primero, lo único que importa. Lo que pasa, me diría, es que esto ya no vende, hubiera sido mejor invertir en MDMA porque todos los pijos lo están consumiendo a manos llenas. Y me diría: ¿sabes lo que vamos a hacer para la semana que entra? Y yo asentiría en silencio haciendo como el que escucha, vaciando la mitad de mi vaso de un trago y presintiendo nuevas andanadas de hostias para guardarle a ella las espaldas de su nuevo fracaso, cuando me viniera de nuevo con el cuento tantas veces escuchado y aprendido de memoria.

    ¿Que porque no la dejaba? Sencillamente, follaba como los ángeles. Pero ésa es ya otra historia. Colega.

martes, 1 de febrero de 2011

Soledad


Atravesé la calle. Nada podía evitar que te siguiera hasta tu casa. Decidí que ya no me importaba si me descubrías o no. Pero quise hacerme invisible todas aquellas veces que tú te dabas la vuelta para observarme.

Porque te girabas de continuo. Quizá dudando de que mi trayecto a tu espalda fuera fortuito. Casualidades que la vida se encarga de hacer creíbles, aunque sean por todo lo demás tan sólo eso: casualidades. Cuando por fin llegamos al parque (tras de ti iba observando las farolas mortecinas) me detuve un momento para mirar cómo te perdías entre los coches, que seguirían aparcados en sus respectivos estacionamientos hasta que alguien los reclamara a la mañana siguiente. Nunca supe (ni sabré) si ese gesto furtivo que me dirigiste era o no para animarme a que te siguiera. Mi amor, a veces hay que ser mucho más explícito. No basta con una sonrisa fugaz para atrapar a una persona. No bastan dos palabras en una cafetería del centro para que esa persona, hasta hace muy poco un perfecto desconocido, pierda la compostura y lo deje todo para salir tras de tu rastro. Pero estabas tan hermosa a la luz incierta de las farolas, que yo no tuve más remedio que seguirte hasta el mismísimo portal de tu santo domicilio.

Yo sabía que la puerta estaría abierta. La escalera, a la izquierda, al final de pasillo tan oscuro (porque nunca se me ocurriría prender luz alguna) subía peldaño a peldaño hasta tu casa. Los devoré de dos en dos, angustiado porque pudiera perderte en ese laberinto que tú dominabas a la perfección, lleno de recodos luctuosos marcados por el taconeo de tus pasos. ¿Sabes, mi vida?, yo podía oír perfectamente claro el rumoroso sonsonete de tu falda. El clamoroso desfile de tus brazos, balanceados a cada lado de las caderas que imaginé, en ese justo y preciso momento, hambrientas de sensaciones. Presentí que si duraba todo aquello mucho más, mi corazón no lo soportaría; y se tronzaría en mil pedazos en pos de tu recuerdo. Pues te olfateaba en cada descansillo, en cada recodo de la escalera aquella tan angosta, tan terrible, tan desierta. Pero la paciencia tiene siempre una recompensa. Y la mía fue no sentir más tus pasos por la galería que se truncaba frente a una puerta. Ya que aquello significaba que todo estaba a punto de acabarse.

Por supuesto, la puerta de la entrada a tu guarida estaba entreabierta también; y por ella me colé sin apenas hacer ruido. Un corredor más estrecho que el que nos había traído hasta allí se intuía por el centro de la casa, hasta perderse después de algunos metros por un recodo que ocultaba, al fondo, una ventana. Una claridad rosácea se filtraba por alguna parte. Cosa que me proporcionó la seguridad necesaria para que lo recorriera sin tropezar con mueble alguno. Ya lo sabía: tu cuarto estaba al final de todo. Como al final del mundo. Escondido. Agazapado. Recóndito. Recorrí esos pocos metros con el pecho desbocado. Y allí, bajo la luz amarilla de un flexo, estirada por completo entre las sábanas, ronroneando como el gran gato que eras, tu cuerpo, tus ojos, el hueco de tu pubis me recibieron como al viajero que regresa, mi amor, desde tan lejos.

Pero ocurre siermpre lo mismo: horas más tarde despertaré a la cruda luz de la mañana. Oloroso a sudor tabernario. Con la boca agrietada por la resaca. Rodeado por mis trastos. En el vientre, solitario, de mi cama.