miércoles, 25 de octubre de 2006

Reflexiones





REFLEXIONES



Nunca pensé que este instante llegaría; pero la muerte está ahí, fijamente mirando al lado de todas las cosas que hago. Tampoco pensé nunca que llegaría a verme como ahora me veo, distante y solo. Porque esa sensación es la que ahora experimento. Sólo esa sensación terrible. La vida se va, muere y ya no vuelve. El tiempo pasa ahora tan despacio que me parece que no existe. La vida se va, muere y ya no vuelve, nunca más vuelve. Nunca. La vida ya no escucha mis palabras de desaliento, pero podría escribir por ejemplo:

"Un camino baja la pendiente que desemboca en la casa, y es como si regresara de alguna parte siempre acompañado. Porque las hojas de los árboles susurran a su paso versos de amor entre las sombras. Esa casa descansa justo en donde el camino se detiene, y al lado de ella puede verse un pozo. Del pozo cuelga una cuerda. Y de la cuerda, un cubo. Alguien sediento quizá repararía sólo en eso; pero el caminante que ahora desciende por el sendero y se detiene junto a la casa no se fija en esas cosas. Este caminante sólo tiene ojos para sus propios asuntos. Tan sólo presiente sus andares sobre el pavimento de la entrada de la casa. Quieto, observa la luminiscencia que resbala por la rendija que la puerta entreabierta del cuarto proyecta en una esquina, junto a las escaleras que conducen al estudio. Afuera resuena el eco del canto del cuco. Es un canto apagado y lúgubre que es como si se anticipase al decurso de los acontecimientos. Pero el hombre no entra. Permanece aún varios segundos en la misma postura escuchado el resuello que proviene del interior de ese cuarto en penumbra. Por fin se ha dado cuenta. Y con lentitud, como si temiese que se acabara ese instante, da la vuelta y regresa al cabo con algo entre las manos. Creo que todos sabemos de qué objeto de trata. Un paso más y casi llega a rozar la madera con las yemas de los dedos. Un segundo más y puede que se decida, y abra la puerta."

Sí. Yo podría escribir todo eso ahora, si no tuviese algo más importante que decir. O quizá no lo haré nunca porque de pronto he comprendido que esta historia tendría que comenzarse de esta otra forma:

"El escritor está sentado frente a la mesa y la pantalla del ordenador genera poco a poco las palabras que un instante atrás se han generado en la mente que permanece absorta en el discurrir de los dedos sobre las teclas. En el cuarto, demasiado pequeño y a esa hora tan silencioso, las telarañas por los rincones conforman una suerte de cara imprecisa y desproporcionada, como si una persona se hubiera asomado a una dimensión que le es ajena y por eso mira deforme. De pronto las teclas se han detenido. El escritor enciende un cigarrillo y observa cómo el humo se desvanece en el ambiente enrarecido del cuarto, hecho con insistentes cigarrillos encendidos uno con la colilla del otro, todo el tiempo. La habitación está en la parte más alta de la casa y allí no se oyen los ruidos que provienen del pueblo. Son cerca de las tres de la mañana, tú ya te habrás acostado. O a la mejor no, a lo mejor te pasa a ti lo mismo. Un reloj percute en alguna parte. Un siseo parece arrastrarse por el aire y de pronto desaparece y no se le vuelve a oír más. El escritor se levanta entonces, nervioso, del asiento en el que ha estado escribiendo todo esto y sale a la terraza. Y aguza el oído con la intención de captar ese sonido leve, si es que éste llegara a producirse de nuevo. Pero nada. Nada parece moverse en ninguna parte. Sólo la noche mira desde lejos cómo el asesino sube tan despacio por la escalera guadaña en mano y se queda por un instante como siglos pendiente de esa puerta entreabierta, en donde escucha como gemidos tenues, silentes. Un ribete de luz se vierte por el suelo y traza una raya de claridad escaleras abajo, que apenas define nada. El camino, frente a la casa, se desanda y regresa ladera arriba hasta perderse de nuevo por donde nunca debería haber regresado. Con la vida tan lejos, que muere y nunca más vuelve."

Y sin embargo, mezquino, aquí sigo. Sentado como el escritor de este cuento esperando a que la muerte venga y no sea sólo este relato. Porque mi vida está tan desierta ahora que sería preferible a ella cualquier otra cosa. Porque no pensé nunca que este instante podría llegar a materializarse. Pero está ahí, lo sé. Mirando fijamente al lado de todas las cosas que no hago. Con su guadaña esperando tras la puerta. Por detrás de absolutamente todas las puertas que abro.





domingo, 1 de octubre de 2006

2x2=5


2x2=5



-Pero vamos a ver, amigo mío -me dijo el anciano que venía caminando calle abajo justo antes de detenerse por completo y frente a mí junto al estanco-, no es ésta la primera vez que lo hablamos, pero con respecto a lo que me dijo usted el otro día, no tengo por menos que un disgusto sus aseveraciones.

El tono que empleaba era jovial, aunque ligeramente ácido, y transmitía la importuna sensación de que me conocía, de que habíamos estado quizá conversando durante mucho, mucho tiempo.

-¿Y cuales eran las aseveraciones? -dejé caer de pronto, distanciándome lo suficiente como para darle a entender en realidad que no me interesaban lo más mínimo, y que ni siquiera podía estar seguro de acordarme de él con la mitad de la viveza y familiaridad que sus ademanes manifestaban.

-A todas luces, una minucia; pero hace tanto de eso, que seguramente habremos muerto cuando vayamos a encontrarnos.

-¿Cuando vayamos a encontrarnos? -me extrañé.

-Así es.

-Pues ¿no estamos los dos ya bien juntos?

-Eso le parece a usted... pero no es así en absoluto. Mire -me dijo, con un tono en la voz ahora más dulce-, yo vengo por aquella cuesta. Me falta exactamente un cuarto de hora para llegar hasta donde usted va a estar dándole de comer a las palomas. ¿Entiende?

Me lo quedé mirando. Claro que eso no era algo muy difícil de entender, pero ¿cómo iba a decirle a aquel anciano que se confundía, que ahora estábamos los dos juntos y que todo lo demás no eran sino bobadas, manías de un viejo que quizá pasaba demasiadas horas sin compañía de nadie? Tuve la impresión de que su cara me recordaba ligeramente a alguien conocido. Fue quizá sólo un destello. Entonces miré la empinada calle que mi interlocutor me había señalado un minuto antes con la barbilla. Caminando con dificultad por la acera, distinguí una figura de negro. Fijándome con más detenimiento descubrí que era cierto: el tipo aquel con quien yo había estado hablando hasta entonces descendía con precaución por la cuesta. Miré a mi acompañante. Iba a decirle algo referente a lo familiar que me resultaban él y aquella otra persona. Pero había desaparecido.

De pronto sentí la necesidad imperiosa de darle de comer a las palomas.