Reconozco que he pasado por delante de muchas puertas sin tocar nunca en ninguna. He querido que fuera así porque ya no me importa lo que los demás puedan pensar acerca de mis acciones. En realidad muy pocas veces me ha importado, y por eso puedo ahora «vivir» con ello. No es asunto mío ni vuestro.
Quiero que se sepa: he pagado, si las tuve, todas mis deudas con lo que llamáis sociedad y ahora estoy limpio y con ganas de empezar una vida nueva, más allá de donde sea. Me importaría también muy poco saber algo de vosotros mismos. Creo que llevaréis, si todo marcha como siempre, una vida buena y vacía. Opulenta. Decente y vacía. Con hijos bien vestidos y barrigas agradecidamente saciadas. Y vacía. Acomodada. Y vacía. Felizmente casados. Y vacíos. Es vuestro destino y así lo habéis querido. Es vuestra. Vuestra vida es vuestra para siempre y siempre os pertenecerá. No olvidéis esto. Es importante que personas como vosotros tengáis algo así como un referente en la cabeza. Quizá calva, quizá llena de números, quizá en otra parte, para siempre en otra parte, pensando cualquier cosa menos eso tan importante que te agobia y entierras cada noche junto a tu cuerpo al derrumbarte sobre la cama, con tu esposa derrumbada y enterrada a tu lado. Ese referente os hace marchar en linea recta y agrupados. Con pasos decididos. Sin perder el rumbo. Pero el rumbo está perdido desde hace tiempo. ¿Te acuerdas?
He querido evitaros este discurso, pero me temo que el espectáculo debe continuar. De todas formas eso es algo que ya pedíais desde el comienzo de estas luces que tétricamente alumbran el señalado día que comienza. y no seré yo quien os agüe la fiesta. Es bien sabido el carácter de la gente como vosotros. La magnitud que le dais a vuestros sentimientos y lo que os apetece cada día acabarlo bien cebados. De desdicha, de sufrimiento ajeno (pero siempre ajeno), para sentiros un poco más cerca de ese cielo que sabéis que os pertenece, que os ha pertenecido siempre porque en el camino secreto que vuestra sangre emprende desde la noche de los tiempos ya estaba escrito de esa forma. Porque sois gente especial, almas superiores con una cultura superior que habéis cultivado con esmero en colegios cerrados y de altos muros con vistas a jardines perpetuos, como una extraña condena. Es como si os viera ahora mismo, en este mismo instante. Recitando de memoria lecciones que luego vais a seguir recitando de memoria cada día del resto de vuestras vidas. Como una letanía cadenciosa llena de insidias. De venenos que a vosotros, como si de un antídoto misterioso se tratara, os hará más fuertes, más compactos y amalgamados, más unidos con los de vuestra clase. Porque habéis creado sólo eso: un mundo dividido por muros insalvables que os aterraría que cayesen. Que se desmoronaran y eso os obligase a mezclaros con otro tipo de gente. Con bárbaros como yo, embrutecidos a fuerza de hambre. Con la depravación que tan bien habéis sabido crear lejos, muy lejos de vuestros hogares relucientes.
Pero no me arrepiento de nada. A la gente como yo sólo le habéis dejado abierta una puerta. Y esa es la que yo he cruzado. Esta madrugada. Apenas cuando del sol brotaba un mísero rayo. Y os veo ahora recogiéndolo todo, La soga y la capucha. Las antorchas y los capirotes esos que soléis vestir para ocasiones como esta. Y lo hago desde lo alto y sin rencor. Sobrevolando como en sueños un cuerpo roto por la paliza. Lacerado y sucio. Y negro. Como la calma en el corazón de la noche sin luna que poco a poco se me está desvaneciendo.
Quiero que se sepa: he pagado, si las tuve, todas mis deudas con lo que llamáis sociedad y ahora estoy limpio y con ganas de empezar una vida nueva, más allá de donde sea. Me importaría también muy poco saber algo de vosotros mismos. Creo que llevaréis, si todo marcha como siempre, una vida buena y vacía. Opulenta. Decente y vacía. Con hijos bien vestidos y barrigas agradecidamente saciadas. Y vacía. Acomodada. Y vacía. Felizmente casados. Y vacíos. Es vuestro destino y así lo habéis querido. Es vuestra. Vuestra vida es vuestra para siempre y siempre os pertenecerá. No olvidéis esto. Es importante que personas como vosotros tengáis algo así como un referente en la cabeza. Quizá calva, quizá llena de números, quizá en otra parte, para siempre en otra parte, pensando cualquier cosa menos eso tan importante que te agobia y entierras cada noche junto a tu cuerpo al derrumbarte sobre la cama, con tu esposa derrumbada y enterrada a tu lado. Ese referente os hace marchar en linea recta y agrupados. Con pasos decididos. Sin perder el rumbo. Pero el rumbo está perdido desde hace tiempo. ¿Te acuerdas?
He querido evitaros este discurso, pero me temo que el espectáculo debe continuar. De todas formas eso es algo que ya pedíais desde el comienzo de estas luces que tétricamente alumbran el señalado día que comienza. y no seré yo quien os agüe la fiesta. Es bien sabido el carácter de la gente como vosotros. La magnitud que le dais a vuestros sentimientos y lo que os apetece cada día acabarlo bien cebados. De desdicha, de sufrimiento ajeno (pero siempre ajeno), para sentiros un poco más cerca de ese cielo que sabéis que os pertenece, que os ha pertenecido siempre porque en el camino secreto que vuestra sangre emprende desde la noche de los tiempos ya estaba escrito de esa forma. Porque sois gente especial, almas superiores con una cultura superior que habéis cultivado con esmero en colegios cerrados y de altos muros con vistas a jardines perpetuos, como una extraña condena. Es como si os viera ahora mismo, en este mismo instante. Recitando de memoria lecciones que luego vais a seguir recitando de memoria cada día del resto de vuestras vidas. Como una letanía cadenciosa llena de insidias. De venenos que a vosotros, como si de un antídoto misterioso se tratara, os hará más fuertes, más compactos y amalgamados, más unidos con los de vuestra clase. Porque habéis creado sólo eso: un mundo dividido por muros insalvables que os aterraría que cayesen. Que se desmoronaran y eso os obligase a mezclaros con otro tipo de gente. Con bárbaros como yo, embrutecidos a fuerza de hambre. Con la depravación que tan bien habéis sabido crear lejos, muy lejos de vuestros hogares relucientes.
Pero no me arrepiento de nada. A la gente como yo sólo le habéis dejado abierta una puerta. Y esa es la que yo he cruzado. Esta madrugada. Apenas cuando del sol brotaba un mísero rayo. Y os veo ahora recogiéndolo todo, La soga y la capucha. Las antorchas y los capirotes esos que soléis vestir para ocasiones como esta. Y lo hago desde lo alto y sin rencor. Sobrevolando como en sueños un cuerpo roto por la paliza. Lacerado y sucio. Y negro. Como la calma en el corazón de la noche sin luna que poco a poco se me está desvaneciendo.