sábado, 6 de julio de 2013

Pruebeando





En esa ocasión no pensaba perder mi tiempo. Quedaba muy poca gasolina y era importante que no se me fuera de las manos aquella extraña pulsión que me aceleraba. Sentí que era fundamental no dudarlo siquiera. Salí con decidido paso y me encontré de lleno en un callejón sombrío. Estaba lloviendo. En realidad lo hacía desde las 5 de la tarde. Eran las 10 menos cuarto y todavia no había cenado. Así que me dije que no importaba. También me dije que, pasara lo que pasara, ya no iba a importarme nada ninguna cosa que ocurriese en el futuro. Y era verdad. Pero tanta obstinación por convencerme a mi mismo era, cuando menos, inquietante. Lo aparté todo de mi cabeza justo en el instante en que mis pies se posaron sobre la acera. Atrás quedó el carro mal aparcado sobre un reservado para minusválidos. No me importaba tampoco eso aún sabiendo que la grúa se lo llevaría. En realidad nadie podía saber el tiempo que iba a llevarme todo aquello. Pensaba que no seria mucho. Pero quizá me equivocara.

Matar a una persona puede llevar a veces horas y horas.