domingo, 1 de octubre de 2006

2x2=5


2x2=5



-Pero vamos a ver, amigo mío -me dijo el anciano que venía caminando calle abajo justo antes de detenerse por completo y frente a mí junto al estanco-, no es ésta la primera vez que lo hablamos, pero con respecto a lo que me dijo usted el otro día, no tengo por menos que un disgusto sus aseveraciones.

El tono que empleaba era jovial, aunque ligeramente ácido, y transmitía la importuna sensación de que me conocía, de que habíamos estado quizá conversando durante mucho, mucho tiempo.

-¿Y cuales eran las aseveraciones? -dejé caer de pronto, distanciándome lo suficiente como para darle a entender en realidad que no me interesaban lo más mínimo, y que ni siquiera podía estar seguro de acordarme de él con la mitad de la viveza y familiaridad que sus ademanes manifestaban.

-A todas luces, una minucia; pero hace tanto de eso, que seguramente habremos muerto cuando vayamos a encontrarnos.

-¿Cuando vayamos a encontrarnos? -me extrañé.

-Así es.

-Pues ¿no estamos los dos ya bien juntos?

-Eso le parece a usted... pero no es así en absoluto. Mire -me dijo, con un tono en la voz ahora más dulce-, yo vengo por aquella cuesta. Me falta exactamente un cuarto de hora para llegar hasta donde usted va a estar dándole de comer a las palomas. ¿Entiende?

Me lo quedé mirando. Claro que eso no era algo muy difícil de entender, pero ¿cómo iba a decirle a aquel anciano que se confundía, que ahora estábamos los dos juntos y que todo lo demás no eran sino bobadas, manías de un viejo que quizá pasaba demasiadas horas sin compañía de nadie? Tuve la impresión de que su cara me recordaba ligeramente a alguien conocido. Fue quizá sólo un destello. Entonces miré la empinada calle que mi interlocutor me había señalado un minuto antes con la barbilla. Caminando con dificultad por la acera, distinguí una figura de negro. Fijándome con más detenimiento descubrí que era cierto: el tipo aquel con quien yo había estado hablando hasta entonces descendía con precaución por la cuesta. Miré a mi acompañante. Iba a decirle algo referente a lo familiar que me resultaban él y aquella otra persona. Pero había desaparecido.

De pronto sentí la necesidad imperiosa de darle de comer a las palomas.



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