Se despertó con una pesadez tremenda. Como si su cabeza fuera una bola hecha de cemento. Su primera reacción fué mirar el reloj en el móvil para comprobar que era mucho más temprano de lo que suponía. Desde la calle la luz penetraba tenue por el ventanuco sobre la cama y proyectaba sombras enrarecidas por la pared de enfrente. Eso fué lo que le alertó. Entonces se dió media vuelta para continuar durmiendo pero no tardó mucho en comprender que tendría que levantarse. Y lo hizo de un salto, casi sin trabajo. Como impulsado por una urgencia insoslayable que le impeliera de manera perentoria hacia la cocina. En busca del desayuno.
Café. Tostadas. Un soñoliento ritual que se repetía cada mañana sin pensar demasiado. Antes, un par de paseos por la casa le habían bastado para caer en la cuenta de que estaba mirando pasar ensimismado el tiempo sin hacer nada en absoluto. Como si él fuera otro. Otros. Como si estuviera viendo todavía una película. Quizá la misma que con toda seguridad había descargado anoche desde peliculasyonkis.com.
La manera en que se conducía le resultaba extraña incluso a él mismo. La forma en que sostenía la taza... Era como... Como si ese brazo no fuera el suyo. Como si se desdoblara, podía verse desde dentro y desde fuera al mismo tiempo. A cámara lenta le despertaron poco a poco los lentos ruidos en la calle. Un devenir de un lado para otro de pasos enfurecidos le indicaron que por fin estaban podando los árboles. Recordó vagamente que alguien se lo dijo la víspera. Creyó oír el crujido extático de una rama antes de que cayera sobre el acerado repleto de gente que añoraba que algo indeterminado ocurriese, algo indeterminado que no obstante nunca se produciría. Aunque quizá fuera ésa otra reminiscencia de alguna sensación experimentada por el protagonista de la peli de anoche. Porque él siempre se levantaba soñando un episodio de lo que veía la noche anterior. A veces era sólo un sonido, o una melodía que a medias se inventaba y que permanecía durante horas yendo y viniendo por el interior de su cabeza. Hoy había amaneció con una frase en mente casi hipnótica.
En realidad era un nombre propio dentro de una frase: "Noelia baja la escalera". Ya sabía que era absurdo y que no tenía sentido. Pero ahí estaba, dándole por culo la jodida frasecita. Y sobre todo el nombre. Noelia.
Lo repitió de manera incesante, como para hacerlo del todo suyo. En realidad no sabía lo qué quería decir aquello de "baja la escalera", pero intuyó que buscarle un significado sería realmente una perdida de tiempo en ese instante. Así que lo dejó estar. Que ella sola -la frase- se fuera diluyendo. Difuminando en el intervalo que pasaría inevitable entre la meada en el váter y el deglutir el café con las tostadas subsiguiente.
Alguien cruzó la calle. Risas. Prisas por llegar a alguna parte. Era tan temprano que se asombró de que hubiera podido siquiera levantase. Sobre todo sabiendo que el día anterior había abierto la botella de "Glen Orchy". 18 años. Lo que no acababa de comprender es por qué coño tenía esos dos vasos en el fregadero. Veía una raya de sol sobre el tejado de su vecino. Eso le indicaba con claridad que serían cerca de las nueve. Se le derramó el café. Las tostadas se le quemaron. La radio zumbaba una amalgama ininteligible como resultado de la mezcla de tres o cuatro emisoras diferentes. Hasta Zapirón, su gato, había salido por patas apenas le había visto el careto esa mañana. "Noelia". ¿Porqué no se le quitaba ese nombre de la cabeza?
Apiló todas las inmundicias que vió sobre mesas y repisas en el fregadero para limpiarlas más adelante. Por el momento todo lo que le preocupaba era salvar la mayor parte de su desayuno. Para lo cual no tuvo más que raspar un poco las tostadas. De paso recogió también todas las migas del suelo y recompuso el aspecto de la cocina. Notó cómo seguían palpitandole las sienes. Como un chirrido molesto, el dolor le taladraba las meninges por la base del cuello hasta el cerebelo. Pensó en la ducha. Arrastrándose, mediodespierto, mediodormido, alcanzó a llegar hasta el arranque de la escalera. Pero una vez allí, otra vez Noelia. Su nombre. Ese nombre que se cimbreó unos segundos en su mente y le sugirió un descenso tibio y a media luz por la escalera, no supo si de su casa. No sabía qué le ocurría ni quién sería Noelia. Pero antes de ascender por los escalones dió media vuelta y reingresó a la cocina. Algo que le daba miedo permanecía allá arriba agazapado.
En el salón dos bultos de ropa hecha un lío. La botella de "Glen Orchy", junto a muchas otras de vino barato y de cerveza, permanecía en equilibrio precario al borde del abismo de la mesa. Poco a poco lo fue recordando, pero aún no era Noelia ni bajaba escaleras. Quizás se llamara Rosa, o Isabel. O Begoña. O Luisa. Cualquiera de esos nombres que iría con ella mucho más que el de Noelia. Y sin embargo la recordó bajando la escalera. Para ir a ninguna parte. Sólo para que le trenzara de la mano y él la persiguiera.
Pero era vago sopor ese recuerdo. Sombra que perdura como la insustancialidad de un perfume en mitad de la calle. Recordado sabor sobre la punta de la lengua. Más allá de la botella, intuyó los desgarradores momentos de la coca. Frenéticos. Quién sabe adónde habrían ido a parar todos sus recuerdos. "Rosa ascendiendo la escalera". ¿Qué más daba? ¿Acaso después de una ducha lleguaría a comprenderlo?
Recog¡ó una muda limpia de la cómoda del cuarto y justo entonces pudo verte, preservativo. Eras como una lombricilla atiborrada y tirada contra la pata de una silla. Blanca. Una lombricilla atiborrada y blanca como las sábanas revueltas. Más abajo, y escondida, una prenda íntima tuya, Rosa, o Carmen, o como coño te llamaras, le hizo recordar con trabajo que entre esas cuatro paredes había ocurrido la noche anterior alguna cosa trascendente. Y que nunca más volverían a ser ya los mismos. Aprietó los dientes y se agachó para recoger las ruinas de lo que aparentaba ser un simple polvo. Condón y bragas acabaron en el fondo del mismo sitio en la basura. Una sombra atravesó la ventana entonces. Dios, ¿por qué matas con esos putos dolores de cabeza? Sólo una resaca no puede causar tanto estrago. Presintió, no lo sabía, que a punto estaba de dar con algo. Subió la escalera. Luz. Silencio. Se rueda.
Le había costado tanto llegar hasta ti que ahora no sabía como parar el tiempo. Él no era eso que contemplaba. El daño que había causado. Aquella sangre reclamaba su presencia a tu lado. Sin mover un sólo dedo, percibió en su propio cuerpo cada uno de los golpes que tú habías recibido. Tu cráneo abierto era su cráneo. Tus laceraciones le causaron un dolor ininteligible y sólo en ese instante pudo comprenderlo.
Con un gesto que apenas llegaba para nada más, desconectó la cámara que durante ese tiempo lo había estado filmando todo, Noelia. Rebobinó y entonces te vió en la pequeña pantallita, despacio, muy despacio, bajando la escalera...
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