Ya lo sé. En teoría no hay nada como estar en casa en días como éste. Cualquiera sabe eso. Cualquiera con dos dedos de frente estaría de acuerdo conmigo. Pero ella no era cualquiera. Para ella era mas importante salir a la calle aunque diluviara que estarse la tarde entera y parte de la noche viendo tele y sin estar en medio de todas las fiestas. En medio de todas las reuniones de todos los bares que quedaran abiertos a partir de las tres y media de la mañana un martes cualquiera. Ya me entiendes: una puta manera como otra cualquiera de andar tocando las pelotas a la gente.
¿Que cosa realmente mala podría haber hecho yo para merecer el castigo de una persona como ésta?, recuerdo que pensé antes de salir, antes siquiera de coger mi chupa al vuelo y franquearle a ella el paso. ¿Se trataba de alguna mala acción de una de mis vidas anteriores? Suponía que no. Suponía simplemente que habría que hacerse a la idea de estar en una de esas barras trasnochadas llenas de trasnochadores, sin nada mejor que hacer que vaciar vaso tras vaso de algo parecido a la ginebra y asintiendo de cuando en cuando a lo que Mi Linda Flor sugería que podríamos hacer a la semana que viene, para buscarnos la vida. Casi siempre algo referente a la farlopa, o al jamaro, o a unos gramos de mierda mal pesada y cortada mil veces con anterioridad a su llegada a nuestras manos. Como desde un precipicio, ella contemplaba el vacío de su precognición y auguraba un destino feliz para nuestro barco, una llegada a puerto gloriosa y acompañada de un buen fajo de billetes. La realidad era muy otra.
Siempre que me embarcaba con ella en alguno de sus proyectos milagro, sabia muy bien que estaba condenándome al fracaso. A la retirada ignominiosa del lugar de la batalla con un reguero de destrozos y desperdicios que limpiar a la mañana siguiente. Y porque era yo el encargado de recoger los trastos, me sabia al dedillo la cantinela de sus escusas luego. Mi amor, me diría, sabes que yo no consumo, mi vida, que los negocios son los negocios y que, además, son lo primero, lo único que importa. Lo que pasa, me diría, es que esto ya no vende, hubiera sido mejor invertir en MDMA porque todos los pijos lo están consumiendo a manos llenas. Y me diría: ¿sabes lo que vamos a hacer para la semana que entra? Y yo asentiría en silencio haciendo como el que escucha, vaciando la mitad de mi vaso de un trago y presintiendo nuevas andanadas de hostias para guardarle a ella las espaldas de su nuevo fracaso, cuando me viniera de nuevo con el cuento tantas veces escuchado y aprendido de memoria.
¿Que porque no la dejaba? Sencillamente, follaba como los ángeles. Pero ésa es ya otra historia. Colega.
¿Que cosa realmente mala podría haber hecho yo para merecer el castigo de una persona como ésta?, recuerdo que pensé antes de salir, antes siquiera de coger mi chupa al vuelo y franquearle a ella el paso. ¿Se trataba de alguna mala acción de una de mis vidas anteriores? Suponía que no. Suponía simplemente que habría que hacerse a la idea de estar en una de esas barras trasnochadas llenas de trasnochadores, sin nada mejor que hacer que vaciar vaso tras vaso de algo parecido a la ginebra y asintiendo de cuando en cuando a lo que Mi Linda Flor sugería que podríamos hacer a la semana que viene, para buscarnos la vida. Casi siempre algo referente a la farlopa, o al jamaro, o a unos gramos de mierda mal pesada y cortada mil veces con anterioridad a su llegada a nuestras manos. Como desde un precipicio, ella contemplaba el vacío de su precognición y auguraba un destino feliz para nuestro barco, una llegada a puerto gloriosa y acompañada de un buen fajo de billetes. La realidad era muy otra.
Siempre que me embarcaba con ella en alguno de sus proyectos milagro, sabia muy bien que estaba condenándome al fracaso. A la retirada ignominiosa del lugar de la batalla con un reguero de destrozos y desperdicios que limpiar a la mañana siguiente. Y porque era yo el encargado de recoger los trastos, me sabia al dedillo la cantinela de sus escusas luego. Mi amor, me diría, sabes que yo no consumo, mi vida, que los negocios son los negocios y que, además, son lo primero, lo único que importa. Lo que pasa, me diría, es que esto ya no vende, hubiera sido mejor invertir en MDMA porque todos los pijos lo están consumiendo a manos llenas. Y me diría: ¿sabes lo que vamos a hacer para la semana que entra? Y yo asentiría en silencio haciendo como el que escucha, vaciando la mitad de mi vaso de un trago y presintiendo nuevas andanadas de hostias para guardarle a ella las espaldas de su nuevo fracaso, cuando me viniera de nuevo con el cuento tantas veces escuchado y aprendido de memoria.
¿Que porque no la dejaba? Sencillamente, follaba como los ángeles. Pero ésa es ya otra historia. Colega.