sábado, 3 de abril de 2010

No lo sé

Hacía ya mucho tiempo que caminaba y caminaba, mi amor, que sólo hacía eso. Creo que llevaría más de diez horas en aquella sucia calle, a pesar de que continuaba lloviendo desde por la mañana. De que llovía con fuerza. Y como nunca he tenido paraguas, toda mi ropa la llevaba empapada. Como una sopa. 

    La noche, cerrada y cenicienta, me veía pasar de un lado para otro (de eso estoy seguro) como un alma en pena que nunca tendrá un lugar adecuado para resguardarse. Pero de todas formas, aunque lo hubiese tenido no lo habría utilizado porque no disponía de un ánimo tan templado como para pensar en eso por aquel entonces.

    Recta y ligeramente cuesta abajo, calle se fue poco a poco también calando de esa agua sucia caída desde lo alto, desde la barrigona cúpula celeste y como manchada de hollín, de modo que el polvo que con anterioridad se había ido depositando por los tejados de las casas (porque había hecho calor últimamente) corría ahora envuelto en plástico y basura por entre las piedras hasta la alcantarilla. No lo sé, pero tenía la impresión de que estaba haciendo el ridículo, puesto que todas las personas con las que me cruzaba mantenían en sus rostros la misma expresión extrañada y de reprobación con que tú me miraste cuando por fin nos encontramos. Y quizá así fuera, mi amor. Quizá no deberían haber visto nunca a una persona como yo, deambulando por la calle a esa hora intempestiva. Con la que estaba cayendo, además. Pero ¿qué importaba? ¿Qué me importaba a mí lo que los demás pensaran, lo que pensaran esas mentes planas que a mi lado iban desfilando como en un vuelo desmañado, acuciadas por las prisas de llegar cuanto antes hasta el portal de sus domicilios? Porque la gente, amor mío, siente un miedo inmemorial y tan antiguo como el mundo hacia las gotas que caen desde lo alto. ¿Qué vamos a hacerle, entonces? 

    Sí. Ya lo sé. La calle era larga. La luz apenas era mayor que la que proporcionaría una vela o una cerilla. Por eso no pude verte en un principio. Como yo no sabía que estabas por allí (y para infundirme valor de alguna forma) me dije en voz baja: "no tengas miedo, hombre, que no va a pasarte nada". Pero quizá sabía que eso no era cierto del todo. Quizá presentía que esa noche iba a ser diferente. Pero ¿cómo podía haberlo sabido, sin verte? Eso no era posible. Yo no tengo poderes supranormales. O al menos éstos nunca han llegado a manifestarse hasta la fecha, que yo sepa. 

    Pero tú estabas en el fondo de la calle, al lado de unos contenedores. Tú sí me estabas observando y yo llegué a tu lado apenas sin fijarme en nada, como un autómata reconcentrado en sus pobres pensamientos de cada día. Sé que me estabas mirando porque cuando te miré llevabas mucho tiempo con los ojos abiertos de esa forma. No me cabe la menor duda: una expresión como la tuya no podía ser casual ni reciente. Una expresión como la que tú tenías entonces era una expresión mantenida desde siempre. O que se mantenía por sí sola desde el principio de los tiempos. Pero no de éstos, mi amor. No. No de éstos días lluviosos e igualitos todos, mi vida. De estos no. 

    Todavía lo recuerdo: mis pasos resonaban como ahora. Tap tap tap tap tap tap. ¿Te acuerdas?  Y poco a poco me estaban aproximando. 

    Pero no te veía. 

    Claro que yo no te veía, mi amor. Tú permanecías tapada por un par de cubos y por muchas bolsas de basura repletas de desperdicios, de tal forma que al principio me pareciste uno más entre ellos. Quiero decir uno más de los cubos, mi vida; tú nunca me has parecido un desperdicio, ya lo sabes. Tú ya sabes esas cosas. Me agaché, y, cuando lo hice, te vi allí, entre la mierda, como un excremento más. Pero te recogí, ¿lo recuerdas? Te recogí y te traje conmigo a esta casa. En donde reparada, hinchada, ya de mi no te separas nunca. Nunca. 

    Muñeca.



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