Tengo abiertas las ventanas. Hace calor en la calle. Las voces de las personas que pasan por ahí fuera llegan hasta mi cuarto para desagradarme, exclusivamente. Saqué esta mañana a pasear a Marengo, mi pastor alsaciano. Como de costumbre dimos una vuelta por el erial que se extiende a las afueras del pueblo en donde una granja de cochinos apesta a varios kilómetros a la redonda. Es agosto, y un calor sofocante asola esta parte del planeta.
Tengo el calentador estropeado. Desde hace una semana Malú y yo tenemos que ducharnos con agua fría, pero aquí funcionan las cosas de esa forma. Al fontanero le dará un día por aparecer y yo no estaré en casa. Los días en que estoy, él no pasará nunca. Y así eternamente. Hasta que alguno de esos días nuestros caminos se crucen. Así funcionan absolutamente todas las cosas aquí. Marengo es paciente conmigo. Los años duros de trabajo los ha soportado sin un lamento. Encerrado hasta que alguno de los dos volvíamos para sacarle. Era una vida francamente perra la suya. Pero ahora tengo tiempo. He decidido tenerlo de ahora en adelante. He decidido que la vida es algo más que trabajo amontonado y un montón de basura que bajarás al contenedor cada noche, antes de acostarte. Llego hasta el fregadero y observo todos los platos sucios, amontonados. La casa sin hacer de las doce de la mañana. Ésta es la vida perra de las personas. Escribo. Me relajo. Duermo. Despierto por las noches en medio de un barranco. Un paso más y me desplomo. Pero resulta que todo es un sueño. Un sueño del que despierto empapado. Sin descanso.
Hace ya muchos días que no descanso. El accidente me dejó doblado el tabique nasal y no tengo ni ganas ni fuerzas para operarme. De modo que duermo cada noche en la misma postura, lo que se traduce en un montón de dolores por la espalda cada amanecida. A los que nunca consigo acostumbrarme. Otro café. Una nueva ocasión de perpetuar este insomnio. Sudo un poco más y decido meterme en la ducha, mientras espero que hoy no regreses tan temprano, Malú, porque éstas son mis horas. Solo en ellas vivo toda la mañana. Sólo por ellas, frente a un ordenador cargado de rutinas, escribiendo chorradas que jamás leerá nadie. Un coche pasa por la calle justo ahora para que yo lo describa. Para que pueda comentar el color azul de sus aceleraciones. También el ruido de una sierra eléctrica se suma a esta locura, hasta que poco a poco desaparece el primero y permanece el silencio cuando terminan en la obra. Porque en todos los lugares en los que habito hay alguna. Son los gajes del progreso. Las desventajas de tener una sociedad tan jodidamente próspera. ¿Eran así antes nuestras vidas? Yo no lo recuerdo, Marta. No lo sé. Como tampoco estoy sabiendo qué hago aquí sentado.
Fumo. En la radio sintonizo sólo música electrónica. De nuevo el ruido de la obra. Me asombra que sigamos dentro de esta casa, yo y mis pensamientos, Marta. Porque lo que deseo es que todo esto desaparezca, que se marche olvidado para siempre. Así no hay manera. Tal vez lo que pasa es que me he levantado furioso. O que he dormido tan poco tiempo durante estos meses que todo me exaspera. O que deseo que todo se termine. O que ya no me importa nada en esta vida. O que redundo demasiado. O que quizá esté todavía dolorido. Porque las cosas que pasaron ya no nos volverán a pasar nunca. Porque deseo arreglar eso `otro`. Porque poco a poco me estoy volviendo majareta.
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